CIUDADANOS DE EUROPA
Europa fue en sus orígenes un territorio, pero dejó de serlo cuando comenzó
a identificarse con un ideal de conquista de la dignidad y
la libertad para todo ser humano. Incluso en sus años más
oscuros, aquellos en los que sus habitantes padecieron la
barbarie del totalitarismo, fue ese ideal democrático, esa
verdadera alma de Europa que había fructificado más allá de
su viejo territorio, la que hizo posible la victoria frente
al horror. Por eso estamos obligados a defender y a fortalecer
Europa; no porque creamos en una nación europea, sino porque
creemos en una nación humana de la que Europa constituye ya
el germen.
Pero hoy Europa vive un momento crítico. Sus ciudadanos parecemos
haber perdido la conciencia y la memoria del alto precio pagado
por la conquista de las libertades que disfrutamos. Acomodados
en los tópicos del relativismo y la deconstrucción, somos
incapaces de reconocer el valor de las creaciones que nuestra
cultura ha aportado al patrimonio común de la humanidad. Traicionamos
así la deuda que nos liga a aquellos de nuestros antepasados
que se dejaron la piel en esa tarea, como traicionamos también
a los hombres y mujeres que en el resto del mundo combaten
por esos mismos ideales.
Carentes del aliento de sus ciudadanos, las recién nacidas
instituciones europeas se tambalean, a la vez que los gobernantes
de los estados nacionales reintroducen gestos de un nacionalismo
populista que creíamos ya inconcebible tras las brutales guerras
inter-nacionales que asolaron el pasado siglo.
Y sobre todo, día a día crecen las amenazas
externas e internas provenientes de los movimientos nacionalistas.
Independientemente de los criterios sobre los que construyen
sus proyectos identitarios – la raza, la religión, la lengua,
la historia, la cultura...– , todos ellos llevan en su seno
el germen de la intolerancia y el totalitarismo, pues comparten
la idea de que la identidad colectiva debe primar sobre la
libertad del individuo, y por eso todos ellos suponen, en
mayor o menor grado, reaccionarios retrocesos tribales contra
el ideal de una única nación de hombres libres.
Si añadimos a todo ello la llegada masiva a nuestro suelo
de emigrantes procedentes de todos los rincones del mundo,
no será difícil percibir la situación explosiva a la que,
a medio plazo, parecemos abocados. Sólo una Europa fuerte
y unida puede ser capaz de integrarlos en su seno transmitiéndoles
los valores que ha forjado y haciendo de ellos nuevos ciudadanos
europeos. Pero es un espejismo suicida creer que podrán llegar
a convertirse en “británicos”, “italianos” o “españoles”,
y aún menos en “escoceses”, “piamonteses” o “catalanes”. Por
eso, el retorno de los nacionalismos, la epidemia de afirmaciones
identitarias y tribales que asola de nuevo Europa, sólo puede
conducir al fracaso de la integración de esos emigrantes que,
a medio plazo, se verán a su vez empujados a construir nuevas
comunidades identitarias condenadas a un proceso letal de
afirmación y confrontación.
Es fácil comprender que este nuevo apogeo de los nacionalismos
es uno de los efectos del ya imparable proceso de mundialización
económica que vive la humanidad. Pero es necesario añadir:
es a la vez el más reaccionario y el más peligroso. No hay
mejor prueba de ello que el hecho de que amplios sectores
de esa izquierda europea que siempre hizo suyo el ideal internacionalista
hayan renunciado inconfesadamente a él a la vez que abrazan
su negación absoluta: la defensa de las identidades nacionales.
Los españoles nos hemos implicado en este nuevo proceso histórico
tanto como el resto de los europeos. Pero las peculiaridades
de la situación política que vivimos en los últimos tiempos
–producto de años de oportunista renuncia por parte de los
partidos políticos democráticos a combatir ideológicamente
el nacionalismo–, amenazan con darnos un inesperado protagonismo.
Tras haber sido los primeros y casi los únicos en votar la
Constitución Europea, corremos el peligro de ser también los
primeros en iniciar un proceso de desintegración tribal que
terminaría por hacer imposible el proyecto de la unidad europea.
Y sin embargo, la mayor parte de nuestros políticos, incapaces
de percibir otra realidad que la de sus cálculos de poder
al más breve plazo, se comportan con la irresponsabilidad
de quienes imaginan a Europa como una entidad inalterable
que estaría siempre ahí para actuar como colchón amortiguador
de sus conductas irresponsables. Olvidando que a la proclamación
de la nación sigue la de la soberanía, a ésta la de la autodeterminación
y que finalmente, aunque sólo sea por el deseo de los líderes
nacionalistas de seguir detentando el poder, la independencia.
Pues bien, si eso sucede en Cataluña o en el País Vasco, ¿qué
garantiza que la pasión tribal no prosiga en Escocia, en Bélgica
o en el norte de Italia? La pretendida “Europa de los pueblos”
que vocean los nacionalistas será entonces la mascarada de
un proceso de destrucción de la verdadera Europa que ha comenzado
ya a nacer: la Europa de los ciudadanos.
Ante tan oscuro panorama los ciudadanos europeos no podemos
seguir por más tiempo callados, so pena de acabar sometidos
a quienes defienden sus proyectos totalitarios con una pasión
que los demócratas parecemos haber perdido. Por eso, los que
suscribimos este manifiesto afirmamos:
1.- Que frente a la proliferación de las tendencias disgregadoras,
tribales y reaccionarias características de los nacionalismos,
nos comprometemos a luchar por la defensa y el fortalecimiento
de la Europa de las libertades, es decir, de la Europa de
los ciudadanos libres.
2.- Que frente a la reclamación de derechos históricos de
las comunidades que buscan sembrar la desigualdad y la disgregación
entre los ciudadanos de Europa, reivindicamos los derechos
humanos, que no son otros que los derechos históricamente
conquistados por los hombres en su lucha contra la barbarie
tribal.
3.- Que las naciones y los estados son realidades históricas,
como cualquier otra obra humana, y en ningún caso entidades
eternas e inalterables. Por eso, no imaginamos un destino
más noble para una nación que el de renunciar a su ser diferenciado
para alumbrar una realidad política mucho mayor, más plural,
más igualitaria y, en definitiva, más humana.
4.- Que esa Europa en la que creemos hará de su rica diversidad
cultural un patrimonio común, y en ningún caso la coartada
de reclamaciones excluyentes y segregadoras.
5.- Que no reconocerá otra soberanía que la que emane del
conjunto de los ciudadanos europeos.
6.- Que, por eso, rechazará toda reclamación de autodeterminación,
pues en una comunidad democrática el ejercicio de la autodeterminación
es una práctica insolidaria, sin otro fin que la afirmación
e intensificación de privilegios y de desigualdades.
7.- Que avanzará decididamente hacia la renuncia a toda
frontera interior, pues ha aprendido a golpe de masacres que
las fronteras llaman a las guerras.
8.- Que sólo una Europa como esa –unida, libre y plural,
cosmopolita, desterritorializada y destribalizada– será capaz
de integrar a los emigrantes que hacia ella acuden, pues será
la única que podrán vivir como un proyecto ilusionante del
que también ellos deseen formar parte.
9.- Que la Europa que defendemos es sólo una etapa provisional
en la creación de esa nación que deseamos: una nación universal,
plural y cosmopolita de ciudadanos libres que desconocerá
toda frontera entre los hombres.
10.- Que porque defendemos esa patria universal de los hombres
libres y porque, en el camino hacia ella, defendemos una Europa
de los ciudadanos, igualmente y con la misma provisionalidad
defendemos España como una realidad democrática, plural e
integradora indiscutiblemente superior a lo que surgiría de
su disgregación en comunidades identitarias y monocordes.
Por todo ello llamamos a todos nuestros conciudadanos a asumir,
apoyar y difundir este manifiesto, convencidos como estamos
de que en el siglo XXI los españoles, al igual que el resto
de los habitantes de este continente, seremos europeos o no
seremos.
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