El fútbol, el clásico y otras cosas del balón
por Carlos Sanz Perlado
Un soneto me manda hacer Violante,
que en mi vida me he visto en tal aprieto… O mejor dicho, el director
insinúa escribir algo del «clásico» y por extensión del fútbol y
servidor obedece, catorce versos dicen que es un soneto… Yo (vamos, Lope
más bien) pensé que no hallara consonante.
He de confesarte, deportivo lector, que
soy poco aficionado al balompié. No me enerva el apasionamiento
futbolero y, generalmente, me aburre ver a esos tipos de corto,
millonarios de postín, corriendo en pos de la pelota, rodando por el
suelo y protestando como damiselas ofendidas cuando tropiezan con el
cordón de la bota del contrario. Me seduce más la épica del rugby,
incluso tras haberlo profesionalizado y, sobre todo, que después del
encuentro se vayan todos a disfrutar del tercer tiempo, en lugar de
torturar a sus conciudadanos con insondables catilinarias (Delenda est
Barcino, o Matritum). Dichosa la edad y siglos dichosos en los que los
futbolistas se dedicaban a darle patadas al balón en lugar de a la
oratoria.
¿Y qué decir del nombre que le han
puesto al partido entre el Madrid y el Barcelona? Clásico nada menos. No
le alcanzo el significado, todos los partidos son clásicos, creo yo,
pues como poco se celebran tres o cuatro desafíos con cada uno de los
equipos de la liga cada temporada. A no ser por la imperiosa necesidad
que últimamente tenemos de ponerle nombre a todo, bautizando los asuntos
peliagudos con nombres asumibles y melifluos que diluyen su
significado, o lo conjuran al menos.
El
encuentro de esta noche lo veo parte del maniqueísmo que nos domina.
Ayer, en una jugosa charla con el pintor Manolo Buendía, llegamos a la
conclusión de que nos empujan a posicionarnos en una de las dos opciones
que en cualquier asunto o negocio nos están dejando. Blanco, negro;
frio, calor; PP, PSOE; bueno, malo; Barça, Madrid. Hay que economizar
las opciones en pos de un mundo feliz.
De todas formas no sería honrado si no
confesara mi predilección por el Atlético de Madrid. Cuando de niño hay
que tomar partido por un equipo de fútbol, opte por la escuadra
familiar. También me fijé en que el traje del Madrid era excesivamente
blanco para mi escasa pulcritud y en que el del Barça no tenía nada de
blanco y tampoco era eso. Incluso tuve una época de asistencia reiterada
al coliseo del Manzanares.
Por cierto, que una vez, allá por los
años cincuenta del siglo pasado, el Atlético de Madrid vino a jugar un
partido en la feria contra el Tomelloso. Trajo el equipo de gala,
incluido el jugador marroquí Larby ben Barek, La Perla Negra. Al
partido, del que no viene al caso el resultado, asistió Emilio el
gitano, patriarca fallecido de los calés del Canal. Emilio iba siempre
vestido de negro, con gorra y pañuelo al cuello, llevaba abrigo hasta en
verano —algo menos grueso que el de invierno, eso sí—. Estaba siempre
en la plaza vendiéndoles duros de plata falsos a los forasteros y a los
tontos, que no tienen porque ser necesariamente los mismos. El día del
partido, el alcalde de los gitanos iba corriendo a todo correr por la
calle Don Victor, pues llegaba tarde al encuentro. El hombre se llevó
por delante a un transeúnte, tirándolo al suelo.
—¡Coño Emilio, ten más cuidado! —dijo el peatón postrado en el acerado.
—Perdone usted, tío Jesús, si es que
llego tarde al fútbol, que ha venido el Atlético de Madrid y ha traído a
Distífini. —dijo el calé retostado, cambiándole con los nervios del
momento el nombre a la Perla Negra y quedando la frase para los anales
futboleros de esta tierra del Señor.
En fin, cosas del fútbol, o como decía un afamado futbolista y luego entrenador, el fútbol es así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario