PERIODO DE PRUEBA
Toni
llevaba una semana trabajando en el departamento comercial de aquella
gran empresa de telefonía. Todavía había muchas cosas que no sabía pero
ya empezaba a sentirse productivo y sacudirse la timidez inicial con el
resto de sus compañeros. Demasiadas costumbres, ajenas y extrañas a las
que adaptarse en un periodo tan corto de las que sabía que dependía su
integración así que no dudo en ningún momento en aceptar el ofrecimiento
de Pedro el día de su presentación:
-Encantado
de conocerte. Cualquier cuestión que tengas no dudes en preguntármela.
Considérame tu sherpa en esta montaña- se ofreció con extremada
amabilidad aquel primer día y, desde entonces, Toni lo utiliza como su
salvavidas particular, sometiéndolo a un continuo bombardeo de
cuestiones de todo tipo.
-¿Qué
hay detrás de esa puerta? ¿Por qué no puedo ni tocarla?¿muerde?-,
bromeó recordando una de las primeras recomendaciones de sus compañeros
nada más pisar la oficina y señalando el falso tabique del fondo. Desde
fuera, el edificio parecía mucho más largo y Toni intuía que esa puerta
debía de dar a una estancia, al menos tan espaciosa como la que
albergaba su departamento y ese parecía ser el único acceso a la misma.
-Sinceramente,
desconozco el motivo. Solo llevo seis meses en la empresa y sé lo que
te he dicho. Nadie, nunca ha abierto esa puerta y nadie parece saber que
hay tras la misma. Lo único que debemos tener en cuenta, es que no
podemos pasar al otro lado si queremos que todo nos vaya bien aquí-
contestó Pedro sin que se le notase un ápice que empezaba a maldecir la
hora en que se brindó a ayudar al nuevo.
-Vaya, pues si que es misterioso el asunto-
-Más
que misterioso, aterrador- bramó una ronca voz haciendo saltar del
susto a los muchachos que al darse la vuelta observaron al hombre que se
sentaba más cerca de la puerta y que había escuchado toda la
conversación.
Jiménez,
era el veterano del departamento. Era un tipo corpulento, de espesa
barba cana y hoscas maneras. Sus compañeros más antiguos especulan con
el día de su jubilación casi desde que le conocen y todavía se
sorprenden cuando tiene a bien dirigirse a ellos de forma directa, sin
notificación interna, mail o jefe que mantenga las distancias entre
ellos.
-Han
pasado más de treinta años y soy el único que queda. Estaba dispuesto a
marcharme sin contarlo pero...- continuó Jiménez tratando de captar la
atención de los chicos.
-Porque
aunque te parezca mentira, jovenzuelo, en todo este tiempo y a pesar de
los muchos que como vosotros han pasado por estas dependencias, nadie
ha tenido la curiosidad suficiente para preguntárselo en voz alta-
respondió dejando en el ambiente un poso de ironía.
Jiménez
contó que al principio la empresa funcionaba de otra manera. El
departamento de comercial en el que se encontraban confluía con el de
marketing y todos trabajaban juntos.
-Antes no existía ese tabique, ni por supuesto había ninguna puerta- explicó.
Trabajaban
como un equipo, unidos, dándose ideas unos a otros y reinaba una
camaradería espectacular tanto dentro como fuera de la oficina pero de
pronto una mañana, sin previo aviso y a traición, apareció sin más.
-¿Cómo sin más?¿Alguien ordenaría ponerla?- observó Toni.
-Sí. Los tabiques no aparecen por arte de magia en las oficinas- se carcajeó Pedro.
Jiménez
explicó que nadie supo nunca a ciencia cierta quien mandó poner la
pared. Había demasiado ajetreo y carga de trabajo y no sobraba el tiempo
como para desperdiciarlo preguntándose esas menudencias. Los jefes de
nuestros respectivos departamentos se culparon el uno al otro y, en
lugar de preguntar, empezaron una guerra y dejaron de hablarse. Los de
recursos humanos, pensaron que era un encargo de dirección a
mantenimiento. Los de mantenimiento creyeron, a su vez que fueron los de
obras a requerimiento de recursos humanos y los de dirección solo
bajaban a la "mina" por san Dositeo; ¿cómo iban a recordar que la última
vez no había pared en esa planta?
-No me lo creo, entonces, ¿nadie hizo nada?-
-Nada.
Nadie quiso dar orden de retirar la pared por miedo a contradecir a
algún jefe superior. Pensaron que si estaba ahí sería por algo y a las
dos semanas nadie volvió a reparar en ella. Ya formaba parte de nuestra
rutina- contestó Jiménez
-Pero, ¿y vosotros que hicisteis?- dijo Toni.
-Alguien la tuvo que poner- insistió Pedro.
-Eso
sería lo normal pero yo pienso, y nadie me lo sacará de la sesera
aunque parezca cosa de locos, que el tabique apareció sin más y que
realmente nadie lo puso ahí. Nosotros, dejamos de ser nosotros. Poco a
poco dejamos de darnos los buenos días, de llevarnos los cafés, se
acabaron las guerras de bolas de papel, las miradas cómplices de apoyo
cuando la jornada era dura. Ellos dejaron incluso de entrar por nuestro
lado del pasillo, lo cierto es que nunca supe por donde entraron a
partir de entonces y ya nunca fuimos bien recibidos cuando cruzábamos a
su lado; suerte que los servicios estaban del nuestro. Perdimos el
contacto, ni siquiera continuamos la tradición de los jueves, cuando nos
juntábamos para tapear y tomar cañas. Había compañeras que estaban de
buena apariencia y, a veces, alguno terminábamos en lecho ajeno- dijo
sonriendo nostálgicamente.
-Vaya con el abuelo, parecía una fiera y no era más que un pájaro- se burló Toni.
-Un respeto, chaval. ¡Qué aún había clases! A veces me pregunto que sería de ellos...y de ellas-.
-Pero, ¿En serio que nunca más supo nada?- preguntaron los nuevos.
-No, desde que se cerró la puerta- contestó apenado.
Contó
que un día la puerta apareció cerrada. Fue la gota que rebosó el vaso.
No les bastaba con poner una barrera entre ellos, tenían que humillarles
cortando todo tipo de comunicación. Fue Martínez, el más impetuoso, el
que dio el primer paso. Decidido, corrió hasta la puerta dispuesto a
cantarles las cuarenta tocó el pomo y desapareció.
-¿Cómo que desapareció?-.
-Ha
pasado mucho tiempo y los detalles no llegan a mi memoria con nitidez
pero recuerdo que ninguno de nosotros fuimos conscientes de haber visto a
Martínez pasar al otro lado. Ni siquiera pudimos asegurar que hubiese
abierto la puerta, solo le recordamos tocando el pomo, pero
claro...sería imposible...- dudó.
-¿Preguntásteis a los de Recursos Humanos?-.
-
Y al jefe del departamento y a los de los sindicatos. Nadie dio una
respuesta clara de lo que había pasado con Martínez pero al día
siguiente el escritorio, la silla y sus enseres habían desaparecido y
simplemente fuimos dejando de pensar en él. Desde entonces nadie más ha
vuelto a tocar esa puerta-.

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