POSESIÓN
Ella
se aferraba a su presencia como nunca lo había hecho antes. Recordaba
su vida con él desde que tenía memoria pero nunca lo había sentido tan
cerca...tan suyo. Siempre intentaba mostrarse cariñosa; quería que
supiese que estaba ahí y que debía contar con ella. Ningún beso era
redundante, ningún abrazo trivial mientras lo sintiese cerca.
A
él le empezaba a preocupar cada vez más su actitud. Hacía semanas que
notaba un exceso de celo que comenzaba a resultar enfermizo. Desde que
contempló sus pequeños ojos achinados por primera vez, hacía dos años y
medio ya (el tiempo pasa para todos), supo que la querría para siempre y
que su vida se centraría en tratar de hacerla feliz, costase lo que
costase. Pero no estaba acostumbrado y en ocasiones, su ofuscado
comportamiento le parecía extremadamente irritante.
Ella
quería acompañarlo a todos lados, a todas horas. Era demasiada la
frecuencia con la que montaba "escenitas" cuando él se iba de casa,
aunque fuese por motivos laborales. No permitía que nadie se le
acercase, que nadie osase entablar la más mínima conversación. En
ocasiones incluso llegaba a desatar su furia golpeando a quien
pretendiese algo más que saludarle.
Él
estaba al borde de la desesperación. Sus allegados trataban de
animarlo, diciéndole que seguramente se trataba de un conducta pasajera y
que todo volvería a ser normal en poco tiempo, pero no sabía que
pensar. Recordó entonces a un viejo amigo que hacía mucho que no
saludaba. Había escuchado decir por ahí que trabajaba de psicólogo o de
psiquiatra o alguna profesión de esas que tratan a gente que pierde la
calma y se decidió a quedar con él.
Ella,
por supuesto, lo acompañó. Para no levantar sus sospechas, decidió
citarse en un bar cerca de la consulta del amigo dónde siempre hacía
pausa para llenar el estómago a media mañana. Tardaron plato y medio en
ponerse al día mientras ella daba cuenta de su menú a regañadientes, sin
entender una palabra de lo que decían y sin querer disimular su
frustración. Después él entró en materia y explicó a su amigo el gran
problema implorándole una solución que le permitiese volver a descansar
por las noches.
-Tranquilo
hombre, no tienes porqué preocuparte de nada - dijo el amigo con una
gran sonrisa. - Estás cosas son totalmente normales, echarás en falta el
día en que no te necesite tanto- prosiguió levantándose de la mesa y
tendiéndole la mano entre carcajadas pues se acercaba la hora de
regresar a la consulta. Ella observaba la conversación y frunció el ceño
al percatarse del gesto. Irritada, golpeó con rabia el brazo del amigo
tratando de evitar el amistoso apretón de manos mientras gritaba con su
dulce vocecita ofuscada: -Papá "ez" mío -

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