DESAHUCIO
Seguro
que hubiese elegido ser cualquier otra cosa. ¿Un ave selvática? Eso
estaría bien. Un aventurero, un deportista olímpico, quizás un reptil.
Posiblemente se conformaría con no ser más que un insignificante
insecto. Pero el libre albedrío no era una cualidad inherente a su
naturaleza.
Pasó
sus años de vida útil al servicio de una humilde familia en el
extrarradio de Dios sabe que ciudad. Soportó condiciones meteorológicas
adversas y en ocasiones se llevó más de un golpe; algunos fortuitos y
otros no tanto. Sin embargo, y en este caso por suerte, el dolor y el
sufrimiento eran otras de las capacidades que su condición no
disfrutaba.
Si
pudiese escuchar se sabría de memoria todos los éxitos de gasolinera de
los ochenta. Probablemente su postura estaría cercana al extremismo si
se le preguntase acerca de Los Chichos, Calis, Chunguitos, Junco... Para
bien o para su desgracia Ludwig Van nunca paraba a repostar por el
barrio.
Pudo
haber visto, en aquel desamparado hogar que ayudó a crear,
acontecimientos de desbordante felicidad (los menos), de incontinencia
frenética, de enajenación mental transitoria, de incontinencia verbal,
de fertilidad certera, de incontinencia fecal, de usos y abusos, de
incontinencia suma, de consecuencias punibles, etc... Pudo haber sido
testigo de cargo de las palizas que aquel hombre propinó a su mujer y a
los cuatro hijos que llegó a engendrar.... si no careciese de ojos y de
boca. Si tuviese la capacidad de desear que se pudriese en la cárcel...
si fuese quien de jurar, juraría que hubiese pasado "enjaulado" mucho
más tiempo del que ya cumple.
Razonando,
encontraría argumentación suficiente para tratar de convencer al juez, a
la Guardia Civil o al político de turno. Ahora que ella se había
atrevido a denunciar a su verdugo, la Justicia no podía dejarla en la
calle con sus cuatro pequeños. Con un poco de humanidad conseguiría una
moratoria para que pudiese encauzar su vida de nuevo.
El
alma se le partiría escuchando a la mujer, ante la puerta, defender la
chabola entre sollozos. Tras la orden, las quejas se perderían ahogadas
por el estruendoso ruido del motor de las retroexcavadoras al arrancar.
No podría soportarlo, después de tantos años juntos.
Una
vez concluida la demolición, hubiese sido objeto de multitud de
comentarios si los allí presentes se percatasen de su supervivencia.
Pero todos estaban inmersos en sus propias tribulaciones y a nadie
pareció importarle que fuese lo único que permanecía intacto después de
la violenta destrucción. Sara fue la única y, todavía presa de la ira y
la impotencia, reparó en él. Se hubiese sentido halagado, tras compartir
techo durante tanto tiempo, pero después de todo no era más que una
vulgar piedra inerte.
Sara,
agarró el único ladrillo que resistió la embestida de la maquinaria de
demolición y, acercándose por detrás y a traición, lo arrojó con toda su
rabia hacia el grupo de personalidades que ya abandonaban el lugar tras
verificar que se cumplía la orden judicial. Alcanzó a uno de los tipos
trajeados que cayó al suelo tras recibir un impacto que resultó
suficiente para reventar su occipital. El ladrillo se partió en mil
pedazos que se desperdigaron por el árido suelo. Entre los trozos de
arcilla cocida se advertía la sangre que resbalaba por su superficie
como si brotase de su interior; como si realmente fuese su propia
sangre.
Carlos Sanz
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